Todos tenemos ilusión por vivir una Semana Santa especial y diferente a la de 2020. Pero en estas semanas donde la COVID-19 ha descontrolado todos los esquemas que teníamos en mente, los cofrades solo podemos marcarnos un objetivo, cuidarnos para que todos lleguemos al Domingo de Ramos.
Vienen tiempos difíciles. Todos los peores pronósticos, aquellos que no queríamos imaginar, se han cumplido. Hemos vuelto a la casilla de salida.
Parece incomprensible que un año después donde la pandemia tomó forma en aquel país asiático que tan lejano veíamos de nuestras fronteras y azotara al resto del mundo como una ola salvaje destruyendo todas nuestras ilusiones, volvamos a estar al borde del abismo.
Fechas donde Don Carnal iba tomando forma y donde a base de coplas picaronas, de poesía social y de remiendos de disfraz, la covid se hacia tirabuzones para los fanfarrones. Aunque sin saberlo, se iba fraguando ese pasodoble quiñonesco que daría vida y forma a un año de luto y desdicha en la sociedad mundial.
Atrás quedaron esos días de vino y copla callejera donde el coronavirus se paseaba en forma de disfraz alegre. ¿Lo recuerdan?. Ese disfraz de virus que como siempre con guasa gaditana invadía la fiesta baconiana que absorbe a la ciudad en risa y alegría para que después, Doña Cuaresma, lo convierta en ceniza y nos haga entrar (aunque de forma tardía) en la fiesta que los cofrades esperamos con ansias y que el Via Crucis oficial da como pistoletazo de salida.
Ya sabemos lo que ha venido después de eso, meses y meses de sufrimientos, esfuerzos, cansancio y desesperación que tendrían que habernos dado un aprendizaje para llegar a día de hoy con una incidencia acumulada casi de cero y que la vacunación fuera a ritmo frenético para volver lo antes posible a la normalidad tan anhelada por todos.
Pero por desgracia hemos vuelto a la misma casilla de salida. Volvemos a partir de cero.
Volvemos a un principio donde la sombra de la Cuaresma del 2020 vuelve a aparecer por la esquina.
Ahora que la pandemia se encuentra en una tercera ola totalmente desbocada como caballo sin frenos y la suspensión de cultos y modificaciones eclesiásticas se convierten en la orden del día, la incertidumbre de lo que va a pasar de aquí a un mes vuelve a blandir en el corazón cofrade como el puñal que bajo palio luce en el pecho de nuestra madre María
Es difícil y doloroso para todos esta situación, incluso para el apóstol más traicionero, pero no cabe más que volver a la misma premisa de semanas anteriores: trabajar desde la realidad.
Y la realidad en la que nos encontramos es una y simple: toca salvar vidas a toda costa.
Hay que aparcar los pensamientos de posibles exposiciones, mega estructuras y demás que ya deberían de estar apalabrados y medio organizados desde hace meses. No podemos querer hacer el trabajo de seis meses en uno y encima sin posibilidad de movilidad.
Porque hay que ser realistas, a día de hoy las casas de hermandades por seguridad de las propias juntas y hermanos deben encontrarse cerradas y bajo mínimos. Debemos obligarnos a un autoconfinamiento el cual sólo debe hacernos salir para lo esencial, cosa que, por otra parte, igual solo podremos hacer de forma obligatoria a partir del próximo miércoles tal como van los números.
Porque a día de hoy en un mes en la provincia han fallecido casi 200 personas. En términos cofrades es como si nos cargáramos el cortejo de una cofradía de un plumazo. ¿Estamos dispuestos a eso también en Febrero?
Ahora por supuesto en el ámbito cofrade no toca pedir responsabilidades a nadie de si se ha trabajado bien o mal o de si llegaremos o no en formas y tiempo. Cuando todo esto pase deberemos analizar con detalle que se ha hecho bien y que se ha hecho mal y entonces juzgar a quien se deba.
En estos momentos, solo toca volver a rezar y esperar a tiempos mejores, a soñar con esquinas de multiples corazones espectantes por oír el sonido de los caireles chocar contra los varales. Porque os aseguro que si logramos concienciar de una vez por todas a la sociedad, esos tiempos volverán más temprano que tarde.
Pero si hay algo que seguro que los lectores soñaran, es de volver a vivir esos momentos con sus seres queridos.
Volver a quedar con todos los amigos un Lunes de Resaca para cambiar los coloretes por la chaqueta y el incienso. Volver a limpiar varales y quitar a la candelería la cera. Volver a acompañar a tu hijo a recoger su túnica de Penitente o Nazarena. Que tu padre te guarde el control de salida o que antes de salir de casa, el capirote te lo ponga tu abuela.
Volver a llenar un palco y que una silla no quede vacía, o que tú abuelo te dé “veinte duros” para un pirulí que ni existe en Sevilla. Sentar a tu niño en la acera, darle agua a tu sobrino o de recogida llevar a tu madre a tu vera.
Escuchar una marcha de palio o de penitencia a tu madre rezando el Rosario. Que suene un martillo en el aire o la varilla que lleva tu padre. Que suene el crujir de un paso, que una esquina se convierta en silencio, que el suelo se llene de pétalos y la calle rebose de incienso. O que los niños te pidan cera pero tú les repliques con caramelos.
Todo esto volverá os lo aseguro, pero si vuelve y no somos capaces de salvar a todo aquel que hace de todos esos maravillosos momentos nuestro recuerdo, tenedlo claro: no habrá fiesta cofrade que salve esto.
Toca salvar vidas, pues si doblegamos rápido la curva, ya habrá momento de montar altares. Ahora las cofradías sólo deben tener un principal objetivo: que en la próxima cuaresma, que en la próxima Semana Santa, se celebre en un sofa, en una iglesia o en una plaza, no dejemos atrás a nadie.